El septólogo político de la ética del buen vivir

El septólogo político de la ética del buen vivir

Fragmento de: La ética del buen vivir o ética del morir bien
Freddy Javier Álvarez González
Rebelión
No se puede hablar de ética del buen vivir sin ingresar en el mundo de la axiología. Algunos dirán no mentir, no ser ociosos, no robar, mientras otros defienden la lealtad por encima de la verdad; la avaricia por encima de la justicia. ¿A qué visión de mundo responden dichos valores? ¿Qué tipo de antropología existe dentro de una tal valoración? La propiedad privada sigue siendo el objeto intocable de la ética y el antiterrorismo la mejor manera de apoderarse de la propiedad de otros. ¿Cuáles pueden ser las líneas axiológicas de una ética política para el buen vivir?
1. Aprender a ser malos: el problema no es que no seamos buenos, es que no hemos aprendido a ser éticamente malos. Nadie es bueno absolutamente ni malo radicalmente. El bien no está separado del mal. La total bondad es casi la estupidez en la política. No confundamos el ser malos con la maldad. Los valores que predominan en la política son los propuestos por el colonizador de ahí su insistencia en una bondad separada de la política y en una lealtad sin crítica. La bondad del capitalismo sigue en el goce y en la culpabilidad generada por no gozar tanto. Las luchas de liberación son malas para una moral capitalista y colonizadora. La axiología pretendida sigue atada a la obediencia y el agradecimiento. El giro lo damos hacia los valores del descolonizado. El nuevo aprendizaje es comenzar a dar paso a esos valores que fueron condenados porque pueden emancipar a las personas y los pueblos.
2. La caridad: este valor no tiene buena reputación en la política aunque es una manera muy común de legitimación de lo político. El político recurre a la caridad para no cambiar las estructuras. Él le llama a los actos caridad “distribución de la riqueza”. La caridad es la mejor manera conservar el poder. Con las catástrofes, la caridad es una nueva forma de neocolonialismo escondido en la “ayuda humanitaria”. Los ricos del mundo pasan el año acumulando dinero sin límites y algunas horas “esforzados” en la caridad. Una tal situación nos lanza no a su muerte definitiva sino a darle a la caridad un carácter político y social.
3. La radicalidad: la actual obscenidad de la política es creer que este es el mejor de los mundos. En consecuencia Fukuyama no era tan estúpido. Tenemos que mejorar algunas “cositas” en la democracia formal, pero no podemos salir de ella. Podemos mejorar la regulación del mercado, pero no podemos vivir sin mercado; podemos humanizar la guerra, pero no podemos evitar la guerra; podemos intentar eufemísticamente el desarrollo sostenible o el desarrollo humano pero no podemos “darnos el lujo” de solucionar los problemas económicos sin desarrollo. Luego, aunque no todos estemos en la paranoia del fin del mundo si debemos aceptar que los fines y los medios de los señores del mundo son cada vez más incuestionables tanto para izquierda como lo son para la derecha. Que difícil ser radical en un tiempo de incertidumbre. La disyuntiva sigue siendo la propuesta por Walter Benjamín: o subirnos en el tren del progreso o quién se atreve a detenerlo. En otras palabras, o seguimos en ese eclecticismo cobarde e hipócrita que negocia con Dios y el Diablo a la vez creyendo que es con el capitalismo como solucionamos la pobreza, o nos atrevemos a cambiar las reglas con las que se dirige el Capital. No ser radicales es seguir con una izquierda que mejora la salud, la educación, la seguridad social mientras paradójicamente la derecha se apropia del lenguaje de los trabajadores, lucha contra los extranjeros y se afianza en un discurso de la identidad donde lo propio es la nacionalidad en trozos de identidad.
4. La indignación: la moral cristiana condena los valores que bordean la rabia pues los considera cercanos al odio. El pragmatismo descarta la indignación porque no encuentra un para qué. La indignación es un acto fuera de la molestia y como cualquier valor, no sucede por decreto o por convenio. El presidente Mujica de Uruguay dice: tengamos rabia sin odiar. Indignarse además de ser un valor es un derecho. La indignación es el valor político para un mundo que privilegia el vivir bien y se burla del buen vivir.
5. No todo vale: el posmodernismo cultural al mismo tiempo que abre todas las compuertas, va cerrando todas las opciones. La apertura es una pura ilusión, de ahí su éxito. Los valores posmodernos están de moda: llénate de dinero, elígete a ti mismo, haz el amor a menudo y vive tu espiritualidad favorita. El materialismo no está opuesto al espiritualismo. Cada vez la espiritualidad es más necesaria pues hay más demanda de goce. Las sociedades de las libertades resuelven hacer lo que se quiere dentro de un mundo de consumo, por eso sus libertades no se entienden sin el mercado. Las decisiones de los individuos implican mayor tolerancia. Para que un necrófilo sea feliz, dentro de la sociedad debe existir el negocio del uso de los cadáveres. La pedofilia, tan común en la Iglesia, no puede ser desmontada porque el crecimiento del capital sin límites es simétrico al valor de cambio que tienen todas las cosas. El escándalo de la pedofilia oculta el abuso al que son sometidos niños y niñas dentro de la familia tradicional. Ante tal situación el valor del buen vivir es que no todo vale. No todo puede ser lo mismo, no todo puede ser permitido bajo el permiso del capital. La intolerancia contra los efectos del mercado es una postura ética. Para una ética del buen vivir es clave una valoración diferente a la establecida por el valor de uso y el valor de cambio.
6. Reconocer valores emancipadores: con la caída del muro de Berlín se defienden los valores para la aceptación de un sistema: tolerancia, democracia, libertad y goce. Todos estos valores son intocables para el sistema hegemónico imperante. La tolerancia es un vestido moral para discriminar al otro con su propia aceptación. La democracia liberal defiende la formalidad de lo político a pesar de la inconsistencia y la degradación del sistema electoral. La libertad del liberalismo es la mejor manera de sentirnos libres a pesar de la imposición de un solo modelo globalizador. El goce es el núcleo articulador de los nuevos derechos. Negri y Hard proponen la multitud como uno de los valores subversivos. Badiou y Ranciere se alejan de la economía como una vía para reencontrarnos con la auténtica política. Los otros valores emancipadores no pueden renunciar a la vía que pasa por el poder. El partido del siglo XX fue pensado para llegar al poder. Un gobierno no puede ser emancipador si recurre al mismo uso del poder de siempre, hacerlo es estar condenado al fracaso. No basta con la toma del poder, o con llegar al poder, tenemos que reflexionar sobre estar en el poder. Los ejercicios de poder no pueden ser los de la mentira y la manipulación, el autoritarismo y el engaño, la promesa y el bastón. No se puede dialogar para imponer lo argumentado o negar la insurrección. El chuchaki del poder es algo en lo que normalmente nos perdemos y el poder como servicio no es más que ideología pura.
7. Las acciones colectivas: la defensa de los derechos individuales están tras el ataque a los países que han optado por una reforma radical. No hay nada como los derechos individuales para los defensores del capital. Sin duda que los derechos individuales tienen una carga emancipadora sin embargo son un arma ideológica por medio de la cual se deslegitiman las políticas socialistas. Así como no todas las acciones individuales llevan al mercado, no todas las acciones colectivas terminan en el Gulag. En realidad lo que necesitamos ahora son acciones colectivas por eso no debemos tener miedo a la nacionalización de los bancos y al endogenismo del mercado o a la soberanía alimentaria. Cuando reclamamos el derecho a hacer lo que queremos estamos defendiendo un derecho que ya ha sido decidido hasta en los detalles más ínfimos; también sucede que el derecho colectivo no lo sea como tal, suelen encontrarse grupos, transnacionales y discursos hegemónicos en él. A pesar de todo, el derecho colectivo es primordial para la ética política del buen vivir.


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